De la Cruz Vacía a la Cabeza Hueca.


En 1992, la ciudad de Úbeda fue sorprendida con la aparición de una nueva Cofradía nacida al margen de la Unión de Cofradías de Úbeda, desde una asociación juvenil. Con una estética y una ética que bebe de una relectura de la tradición procesional medieval, un grupo de jóvenes quiso dar una vuelta de tuerca a la celebración de la Semana Santa en Úbeda. Ataviados con túnicas y capuchones, cintos de esparto, y armados con una simple Cruz vacía y una calavera de escayola, la Congregación de la Cruz Vacía de Úbeda rompió los moldes de una fiesta popular y religiosa que estaba adquiriendo (como aun sigue ocurriendo hoy día) un carácter más dionisíaco que penitencial, a través de la reivindicación de una tradición tan cristiana como la Vera Cruz. Sus miembros pertenecían de hecho a varias cofradías, venían del mundo cofrade, y su propuesta no buscaba otra cosa que plantear un nuevo enfoque, y poder participar y apoyar la fiesta desde sus propias inquietudes.

Y es que precisamente, los jóvenes que conformaron la Congregación de la Cruz Vacia, buscaban, con esfuerzo y trabajo, traer de nuevo esa capacidad de autoreflexión y penitencia que realmente debiera tener la Semana Santa, a través de la “vuelta a los orígenes” de la fiesta y una marcada tendencia a la austeridad, frente a la obstentación. Unos jóvenes, que plantearon esta muestra de religiosidad buscando financiación propia, auto-organizándose, asesorándose a través de estudios históricos sobre la Semana de Pasión, embulléndose del espíritu original y tradicional del evento para lanzar su Congregación. Pero en su momento tuvo una acogida, en algunos casos airada, y en otros directamente virulenta, que pese a no impedir la celebración del acto procesional por alrededor de una década, si dio bastante quebraderos de cabeza a los miembros de la agrupación.

Imagen de la procesión en de la Congregación de la Cruz Vacía en 1992, tomada del artículo citado de la revista Ibuit en ese mismo año

Porque la ciudad de Úbeda, no sólo estigmatizó a los miembros de la Congregación de la Cruz Vacía, que optaron por mantenerse en el anonimato, sino que la aparición de la asociación provocó una serie de rumorologías que convirtieron al fenómeno en una auténtica leyenda urbana para aquellos que eramos jóvenes en la década de los años noventa. Quizás la iconografía católica, en cierto sentido oscura y a veces casi necrófila en la exaltación del martirio de Jesus de Nazaret para, dentro de esta doctrina, la redención de los pecados de la Humanidad, ayudó a esta rumorología. Quizás su apuesta por ese “purismo” castizo y austero que bebía de la estética de la Semana Santa castellana, reforzó más la mirada perversa del espectador que perplejo veía pasar antorchas y hombres (y mujeres) encapuchados.

Una cofradía satánica”. “Un grupo que paseaba calaveras en la semana más importante para los cristianos”, “Una falta de respeto al espíritu de la fiesta” “Una muestra de oscurantismo en un momento en el que la Cruz significa libertad”. Todos estos apelativos se escuchaban a mediados de los noventa en las casas, en las calles y los patios de los colegios. Podemos ver, sin excesivo esfuerzo, críticas a la agrupación en el artículo titulado “Congregación de la Cruz Vacía ¿Futuro o Pasado?”, nacido de la pluma de Ramón Molina Navarrete, publicando en la revista ubetense Ibuit en 1992.

Pero quitando a una parte de la población de Úbeda, que sabía de lo que iba la historia, la cuestión se convirtió en una leyenda urbana, una leyenda de una Cofradía Satánica o demoníaca que procesionaba la noche, con antorchas, y en algunas exageraciones del momento, buscando víctimas para su holocausto ante el Maligno. No fue entendida la propuesta de ninguna manera, tal y como nos relatan sus protagonistas en el programa monográfico Memoria Viva de Úbeda sobre la Congregación en 2013. Un intento, sincero, valiente y devocional, que la propia población de Úbeda rechazó por, quizás conservadurismo, quizás ignorancia, pero en todos los casos falta de voluntad de informarse sobre que era lo que realmente pasaba.

Casi treinta años más tarde, nos encontramos con las mismas acusaciones y los mismos problemas antes cuestiones que no tienen realmente importancia. Y destacamos dos polémicas recientes. La aparición de unas pegatinas en las calles de nuestra ciudad que han encendido la red en foros cofrades y no cofrades, que planteaban una parodia de la tradicional cartelería de Semana Santa de Úbeda, quizás inspirados por la propia leyenda de a Congregación. Se ha visto como un gesto de maldad y falta de respeto, y sin lugar a dudas, puede ser interpretado como una broma de mal gusto, pero considero personalmente que ha habido una reacción sobredimensionada de quienes prefieren en muchos casos, pasear por el Real de punta en blanco con copa en mano a ver las procesiones, que quien realmente se plantea el mensaje de Cristo y el verdadero significado profundo de la Pasión y la penitencia por los pecados, elemento central de la Semana Santa.

La segunda polémica se refiere a una propuesta que busca que las bandas de las cofradías ensayen en locales (por otra parte como las demás bandas de música de otro tipo de la ciudad), hecho que se han interpretado, de nuevo de forma airada por algunos como un ataque directo, no ya a las cofradías, si no a la fiesta en sí. Cuando precisamente es un tópico para muchos vecinos de Úbeda, que participan de la Semana Santa, que en muchos casos las molestias ocasionadas a los vecinos no compensan mucho el disfrute del evento religioso.

Faltas de respeto, acusaciones de anticlericalismo y demás argumentarios que han valido para, una vez más, acallar o señalar a las voces discrepantes de una Úbeda, que le pese a quien le pese, es más plural de lo que muchas veces pensamos. Reacciones airadas de un sector de la ciudad, que considera que pese a esta realidad, la población de Úbeda no sólo es homogénea, sino que piensa (y debe pensar) como ellos, y si no “que se vayan”.

Treinta años más tarde de la aparición de la Congregación de la Cruz Vacía, se vuelve a optar por cierta estigmatización ante propuestas alternativas (y en cierto sentido complementarias) de una fiesta que es de todos los ubetenses, independientemente de su sensibilidad personal, religiosa o política.

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